El grillo y el saltamonte o la fábula de las preguntas
En una de esas gramas -o césped -como le dicen en ciertos lugares- convivían un grillo y un saltamontes muy cerca de la puerta de entrada de la casa. Tenían tanto tiempo siendo vecinos -años para nosotros o días para ellos- que se trataban como familia. Gollo, no dejaba de grillar. Tanto lo hacía que Miyo, había fijado su rutina de brincos cuando se hacian ensordesedores las serenatas de su compadre.
Los otros vecinos nos sabían como habían logrado fundar tan cercana amistad. Pero Gollo y Miyo eran dos de los mejores vecinos del lugar. Además vivían en una de las zonas mas hermosas del jardín pero a su vez con el gran riesgo de estar muy próxima a las pisadas. Luego de uno de los aguaceros limpiadores del jardin, salieron cuanto bicho vivia debajo de macetas y plantas, piedras y hasta la bicicleta que cumplía 5 años arrinconada y hoy era una torre de condominios. Mientras recogían los desórdenes de la lluvia, conversaban entre todos y no se sabe quien de ellos les preguntó a los compadres como tenían esa mansión compartida.
-Somos los asistentes del dueño- refiriéndose a quien todos los días salía a las 7:30 a.m. y llegaba a las 5:30 p.m, cruzando por la puerta del jardin.
-¿Asistentes? -preguntó la cucaracha- Si cuando me ven los de la casa, tengo que volar como avión ultrasónico.
Sí- asistentes- replicó el grillo con el orgullo del logro. Les cuento:
En una ocasión, salió al jardín el dueño con tanto peso que parecía que llevaba una maleta sobre su espalda. Pero solo caminaba con la preocupación de una duda. Miyo se percató que el dueño lo único que hacía era un surco en la arena de tanto mecer el pie. A cada movimiento le correspondía una pregunta que el jefe de la casa se hacía en voz alta.
– ¿No está mal que habláse solo? preguntó el diminuto ciempiés. Podrían llamarlo loco
– No, respondió gollo con grillar. Todos podemos hablar de vez en cuando con nosotros sin estarlo. Pero vuelvo con la historia.
Miyo se atrevió a brincar sobre el pie mecedor porque ese día estaba arriesgado y no pudo tolerar de ver el movimiento. El jefe de la casa, no hizo nada. Solo quedó perplejo viendo a mi atrevido compadre. Asi que luego del asombro siguió meciendo el zapato mientras seguía preguntándose que hacer. Yo me dediqué a grillar mientras el dueño decía sus opciones sobre la pregunta que no lo dejaba en paz.
De tanto escucharle, Miyo y yo conversábamos sobre la situación que le angustiaba al gigante y justo cuando él dijo la opción que pensamos que era la mejor. Miyo saltó como en olimpíadas de insectos en perfecta sincronía con el pie dejando aún más asombrado al dueño de la casa. Por mi parte, dejé de grillar. Así nos comunicamos. Él lo supo de una vez. Con cuidado se levantó para ni pisarnos y al día siguiente salió feliz. Se había librado de la duda. Desde ese día, somos sus asesores. ya sabemos que al sentarse y mecer su pie, es hora de trabajar.
Miyo salta a acompañarlo y yo me dedico a grillar y mientras se pregunta en voz alta, les escuchamos. Yo le acompaño a las preguntas y mi compadre, el saltamontes, brinca para decirle que es hora de actuar. Realmente si solo grillara, él viviría con preguntas y si solo actúa si preguntarse, las equivocaciones pueden ser mayores. Porque si hay algo que aprendo de mi compadre es acerca de las caidas que se pueden evitar.
Así que hoy sabemos que las dudas pueden atenderse con el grillo que canta sonoramente en nuestras cabezas pero luego hay que saltar a la actuación. Definitivamente, ya el dueño no habla solo. Somos sus asesores.
Eso es lo grandioso de la comunicación, pero sobre eso, les escribo luego. Ésto último lo digo yo y no los compadres, vecinos y asesores del jardín.